“Nos gusta ir a ver exposiciones y compramos algunas obras juntos”

Tomoki Watanabe

Tomoki (1980) nos cuenta su vida, y también su obra, en un blog llamado Pepepe de Tomoki Watanabe. La vida cotidiana aquí y allá1. Me encanta que, en lugar de publicar un CV con listas de exposiciones, becas y premios, decida escribir en su blog una suerte de biografía que funciona como un diario personal. La historia que escribe, en varias entradas, divididas por temas, es extensa y abunda en detalles curiosos. Empezó a escribir su primer diario a los veintiún años, y para 2017, es decir, quince años después, sabemos que iba por el número 125.

Además de ser artista visual, Tomoki escribe poemas, toca el piano, graba un CD con improvisaciones, es cinéfilo e ilustrador de libros, hace fanzines, produce un calendario y un tenugui2 al año, realiza vajilla en colaboración con ceramistas, es corredor, juega al fútbol, tiene su marca de ropa [Pe_], dicta clases de arte y organiza workshops.

Esta fue la primera entrevista que hicimos en Tokio para Colecciones de Artistas. Nos encontramos (y conocimos) con el equipo de trabajo en Musashi no mori coffee, una cafetería enorme cerca de la casa del artista en la zona de Kichijōji. La primera en llegar es Marisa Shimamoto3, fotógrafa del proyecto, y me reconoce enseguida, ya que soy la única gaijin en el lugar. Apenas se acerca a la mesa, me asiste con algo que trata de explicarme la moza con mucha paciencia. —Lo que pediste va a tardar veinte minutos —me dice en un inglés perfecto y con un tono amable. Los esponjosos pancakes japoneses bien valen la pena esa espera.

A la media hora llega Atsushi Kugue, el traductor (inglés-japonés) que contraté para esta primera prueba. Caminamos unas cuadras juntos y, poco después, estamos tocando el timbre en el departamento de Tomoki y su esposa, Natsumi. El artista nos abre la puerta vestido íntegramente de rosa, con una sonrisa cálida.

Llenamos el genkan de zapatillas, trípodes y otros accesorios fotográficos y comenzamos. Mientras escribo esto, noto en la foto que ambos disponen su calzado mirando hacia la puerta (simplifica la colocación a la salida) y que mis Adidas blancas no solo miran a cualquier parte, sino que están incluso fuera del área establecida, ya dentro de la casa.

Tomoki fue a una escuela secundaria, en sus propias palabras, “bastante liberal”, en el área de Kichijōji, un barrio de la ciudad de Musashino, en el oeste de Tokio. A finales de los años noventa, mientras se pasaba las tardes jugando en el equipo de fútbol, empezó a pintar y a sacar fotos.

D.—En tu blog contás que, cuando eras adolescente, solías ir al parque Inokashira, que está acá cerca de tu casa, a hacer dibujos (es un parque enorme lleno de árboles, con estanques, puentes, un zoológico y hasta una pista de atletismo). Entonces esta mañana pasé a visitarlo antes de venir.

T.—¿Ah, sí? —dice, sorprendido.

D.—Lo que más me impactó cuando entré fue el sonido de las cigarras y los cuervos, y algunos senderos de tierra negra húmeda. Me pregunto cómo eran esos retratos que hacías. ¿Le pedías a la gente que posara?

T.—Dibujaba a la gente que iba al parque, pero, en ese momento, no estaba permitido cobrar por eso. Era una “zona gris” digamos, entonces se llevaban el dibujo de regalo. Yo me sentaba en un banco y la gente se acercaba. (Para describir el encuentro usa la palabra nanpa, que en la cultura japonesa es un tipo de coqueteo y seducción popular entre los jóvenes). Ahora se puede cobrar si pagás un derecho de uso al parque. Ese encuentro con las personas me parecía muy valioso, me hacía bien.

D.—Parecés muy sociable, porque veo que en tus redes publicás muchas fotos con distintas personas.

T.—En realidad no lo soy. Tengo dos caras —Tomoki es una persona atenta y cálida, con un sentido del humor particular, más sutil que directo. Responde serio a mis preguntas, y después se ríe. Se maneja en ese delicado borde y sus respuestas siempre sorprenden.

D.—Es una fachada entonces —digo siguiendo su juego.

En el pasillo que va desde la puerta de entrada hasta el living hay una serie de estantes y bibliotecas con obras pequeñas de todo tipo. Cerca de la puerta hay un sector minuciosamente organizado. Una pintura de Tomoki con colores rosas, amarillos y rojos, que enseguida reconozco, domina la escena. Hay algunas obras más suyas: dos “hombres-flor” y un plato de cerámica con aves que vuelan en círculos. Conviven con un retrato muy simple dibujado sobre un papel, con unas palabras en ruso, y unas figuritas pequeñas posando en hilera: un animal de cuatro patas, una figura triangular con la palabra welcome en el pecho y un manekineko.

T.—¿Por qué no hacemos de cuenta que es la casa de otra persona, y que esta es su colección? Porque salvo tres obras, el resto son todas mías —dice entre risas—. Tengo esta obrita hecha de papel y barro, de Koji Kumagai (1978-)4 —me cuenta mientras sostiene la pequeña figura del animal, tratando de recordar de qué material está hecha—. Es un artista que trabaja con cerámica y otras técnicas. No me acuerdo si era un bollo de papel o de tela, pero al enterrarlo se endurece.

D.—¿Cómo llegó hasta vos?

T.—Lo compré en su exposición. Tengo dos obras del mismo artista, una está hecha en arena, barro, si la ponés en agua se deshace. Con cada pregunta se abre un diálogo en japonés entre Tomoki, su esposa y el traductor, que disfruto de escuchar, aunque no lo comprendo. Solo reconozco que dicen la palabra manekineko, y la repito en voz alta, como si yo también fuera parte de la conversación.

D.—Y este es el típico bol de la entrada de las casas para dejar las llaves.

T.— Sí, sí. Lo hizo Soda-san5 (Ko Soda), está hecho de cuero.

D.—¿Y ese retrato quién lo hizo? —pregunto, señalando el pequeño dibujo con palabras en ruso.

T.—Es de una chica rusa que conocí en el tren transiberiano.

D.—Ah, sí, leí sobre ese viaje en tu blog.

De la red de rutas que recorre 10.000 kilómetros y atraviesa siete husos horarios, Tomoki toma el tramo que va desde la ciudad portuaria rusa, Vladivostok, cerca de la frontera con China y Corea del Norte, hasta Moscú. El trayecto le lleva una semana y, desde allí, visita tres países de los Balcanes: Estonia, Letonia y Lituania. A diferencia del Shinkansen japonés, que alcanza 320 kilómetros por hora, este tren no es para viajeros ansiosos, ya que la velocidad media es de 60 kilómetros por hora. El dibujo, casi infantil, parece ser un retrato de Tomoki, pero no me cuenta más detalles.

Unos metros más adelante, colgada dentro del baño, vemos otra obra con un texto en ruso que dice: “Cuando se alejan los ojos, se acercan los corazones”.

T.—Es una expresión rusa. Lo compré allá, pero creo que la tela no es rusa. Busqué un texto que quedara bien con la tela, el bordado está hecho a mano. Tal vez no era rusa, ahora no estoy seguro…

D.—Como el bordado de tu remera, es tan prolijo que parece hecho por una máquina —le digo señalando el bordado amarillo que recorre la tela rosa.

T.—Los hizo Nat-chan —dice, mirando a su esposa. Meses después de la entrevista descubro que chan es un sufijo con tono afectivo y cariñoso que usan los japoneses después del nombre de alguien muy cercano. Durante toda la entrevista imagino que ese es su nombre.

D.—¿Vos? Ah, es increíble —decimos los cinco a coro en el pasillo—. Contame sobre esta otra pintura de flores blancas.

T.—Esto es de Amigo Koike6, es un ilustrador.

D.—¿Amigo en español es el nombre?

T.—Sí, sí, sí —dice: so, so, so—… es un apodo. Se inspiró en el saludo —en Japón, amigo suena a hola, se usa como un saludo—. También lo compré en su exposición. Amigo-san es el presidente de una asociación de ilustradores.

D.—Me da la impresión de que comprás mucho arte.

T.—Bueno, nos gusta ir a ver muestras y compramos juntos algunas obras. Es algo que nos gusta hacer. Pero más del cincuenta por ciento de lo que vas a ver hoy lo compró Nat-chan.

Mientras recorro con la vista el interior del departamento, que es mucho más grande y menos convencional de lo que imaginaba, recuerdo las casas y construcciones que vi más temprano camino a la cafetería.

D.—Por lo que leí en tu blog, siempre viviste en esta zona, ¿no? Te mudaste algunas veces de nuevo a casa de tu mamá, pero siempre en esta área.

T.—¿Cómo sabés eso?

D.—¡Vos lo escribiste! Y Google Maps. ¿Qué te gusta de esta zona? Es muy tranquila, una zona de casas.

T.—Estoy atrapado en la Chūō Line —dice, refiriéndose a la línea rápida de trenes. La red ferroviaria es tan importante que, en las páginas de las inmobiliarias locales, podés buscar departamentos filtrando la línea de tren que prefieras—. Siento que tengo que quedarme en esta zona, es algo espiritual. Por otro lado, en el futuro me gustaría vivir en el exterior. No siento motivos para irme de esta zona, pero si surge la posibilidad de vivir en otro sitio que no conozco podría hacerlo.

Tomoki es un artista autodidacta. En Japón, para estudiar arte en una universidad privada, además de tener dinero o pedir un préstamo, hay que aprobar un riguroso examen de ingreso. En 1998 Tomoki se inscribió en el curso preparatorio de la academia de arte Musashino. Al año siguiente terminó la secundaría y reprobó el examen de ingreso a la histórica Universidad de las Artes de Tokio (Geidai), a la que solo uno de cada cuarenta estudiantes logra entrar cada año, según me cuenta otra artista. En este momento empieza la verdadera aventura para Tomoki. Decide irse de viaje y en una hora tiene todo resuelto: se lleva una bolsa de dormir y lo necesario para hacer sus dibujos. Recorre su país de punta a punta “haciendo dedo”, y se sube a más de doscientos autos entre la prefectura de Aomori y la isla de Okinawa. Para 2011, lleva contabilizados unos tres mil retratos. Más tarde se instala seis meses en la ciudad de Adelaide, Australia. En su blog cuenta que, casi todos los días de su estadía allí, se la pasó dibujando.

D.—Leí también que por esos años fuiste asistente del mangaka Usamaru Furuya (1968 -)7. ¿Cómo fue esa experiencia?

T.—Usamaru era profesor de arte en la secundaria a la que yo iba y se hizo un artista profesional mientras trabajaba allí.

D.—¿Qué hacías para él?

T.—Fui su primer asistente, yo estaba a cargo de los fondos de las historias, nunca pintaba personajes. Él trabaja con una técnica que se llama trace, no se necesita mucha habilidad para usarla.

D.—¿Te gustaba ese trabajo?

T.—El manga no es algo que elegiría, digamos. Él quería que me quedara a vivir y a trabajar en su casa, pero no me interesó y renuncié. Usamaru dibuja todo el día, excepto por los treinta minutos que sale a caminar. Tenía como objetivo superar al famoso Osamu Tezuka (1928-1989) —de este lado del mundo, lo conocemos como el creador del niño androide Astro Boy—,8 era un trabajo muy duro y en un momento me cansé.

Volvemos a la colección. Sobre una biblioteca baja en el pasillo, repleta de libros y diarios, hay varios objetos y muñecos pequeños.

T.—Tengo estas dos obras de Meriyasu Kataoka (1985 -)9 —dice, señalando dos muñecos de peluche con accesorios.

D.—Ah, sí, es bastante famosa, ¿no?

T.—Bueno, no sé si es famosa, pero tiene treinta mil seguidores en Instagram, y expone fuera de Japón también.

D.—Me encantó la exposición “Doll house”, con la que celebró el décimo aniversario de su carrera en el Museo de la Muñeca de Yokohama, para la cual convirtió la colección de muñecas del museo, en peluches. ¿Esta pareja de muñecos son ustedes dos?

T.—No, no somos nosotros, son Meriyasu y su esposo. Ella es una muy buena amiga mía. Los gané jugando al “piedra, papel o tijera”, en su casamiento. Yo fui el maestro de ceremonia de la fiesta después de la boda.

D.—Debo confesar que, un año atrás cuando me mandaste algunas fotos de tu colección y vi los peluches de Meriyasu, pensé ¿y esto? Me sorprendió mucho, tuve que investigar un buen rato para entender. Después recordé también que en Japón es habitual ver en la calle un número sorprendente de adultos, no sólo de jóvenes, que llevan pequeños llaveros de peluche en sus bolsos. Y en una entrevista ella dice al respecto: “Los peluches dicen cosas que uno mismo no puede decir, e incluso la gente a la que le cuesta entablar conversación puede sentirse a gusto con un peluche en el regazo, como si compensara sus debilidades. Puede que los peluches no sean necesarios para las personas mentalmente fuertes, pero cuando estoy un poco ansiosa, tener un peluche cerca me tranquiliza. Es realmente asombroso que, aunque parezcan lindos, también sean fiables. Me recuerdan que tienen un poder invisible.”10

T.—Esta es otra obra que hicimos juntos, como Adadel. El cuerpo de cerámica lo hice yo y la cabeza de peluche, ella —dice, sosteniendo una versión bastante libre de una muñeca kokeshi11.

D.—Me preguntaba qué era Adadel.

T.—Adadel es un accidente —nos reímos. Cuando dice cosas graciosas de este tipo siempre lo hace serio, concentrado.

D.—Pero ¿qué es? ¿Una marca?

T.—Somos Meriyasu y yo haciendo obras juntos. Es un proyecto en común que tenemos hace años, desde 2013. Nos gustaría hacerlo más seguido, pero ahora no lo estamos haciendo tanto porque estamos ambos muy ocupados.

D.—Entiendo. También tenemos esta pequeña imagen de terracota, con carita.

T.—Es de un hombre mayor, Kuu Kuu Minami (1950 -)12. Él hizo más de mil quinientas obras de distintos tamaños. Esta también la compré en su exposición —me cuenta mientras vemos un libro de sus obras con miles de muñequitos, apenas bocetados pero con caritas—. Es también el dueño de un curry shop muy popular de Kichijōji, en el que trabajé hace diez o quince años.

D.—Ah, wow. ¿Lo compraste?

T.—Si, por obligación —bromea y nos reímos todos. Usa la palabra giri, algo que se traduce como “deber” u “obligación social” y hace referencia a la gratitud que deben mostrar ante los demás. Su humor nos permite asomar a algunos conceptos claves de esta sociedad. El giri, según el proverbio japonés, ‘es lo más difícil de soportar’13 y existe mucha bibliografía sobre el tema—. Bueno, no sé, por lo que veo en algunas películas extranjeras, la gente compra porque se enamora de una obra, pero en mi caso no es tan así.

M.—¿Entonces no tienen obras de las que se hayan enamorado?

T.—Tal vez Nat-chan sí. Cuando voy a una exposición de un amigo, o colega, de alguna manera siento que no me puedo volver con las manos vacías, tengo que comprar algo. Compro la obra porque me gusta, pero también es una forma de reconocimiento a su trabajo.

D.—Tenés que ir a las exposiciones con dinero, entonces.

T.—Siempre compro las cosas más pequeñas ja ja.

En el mismo estante aparece también una muñeca de Izumi Suzuki14 hecha con varios materiales: tela, papel, piedra.

D.—¿Son amigos?

T.—Nos conocemos.

D.—¿Y esas otras muñecas con polleras enruladas, de dónde son?

T.—Son mingei15, artesanías de la isla de Hokkaido, igual que este osito. Y estas cosas de al lado son semillas que traje de Tailandia, las encontré en el suelo. Este librito de cuero también es de Soda-san, del mismo artista que hizo el cuenco de la entrada. Es de los preferidos de Nat-chan. Su hijo hizo el dibujo.

En las colecciones de los artistas es habitual encontrar artesanías, máscaras, pequeños animales y objetos hechos de cerámica, y en la colección de Tomoki y Natsumi predominan las figuras pequeñas, muñecas, peluches, objetos varios con carita. Japón tiene una larga tradición (y fascinación) con las muñecas, y las más antiguas se coleccionan16. Encontramos ningyō asociadas a los festivales (como el Hina Matsuri o el Tango-no-Sekku para pedir por el crecimiento sano de niñas y niños), existen muñecas de exhibición para adultos, están las que usan los niños para jugar, las teatrales (títeres y marionetas) y las increíbles karakuri ningyō17 (muñecas mecánicas) que se utilizaban, siglos atrás, para el entretenimiento del hogar. Me pregunto si será posible trazar una línea, aunque sea errática y ondulada, entre estos peluches, las muñecas kokeshi, los títeres mecánicos y, al final del camino, los androides exhibidos en el Museo Nacional de Ciencias Emergentes e Innovación18. Para verlos en vivo, esa misma semana decido mezclarme con los alumnos de los colegios locales y visitar a los robots y androides del excéntrico ingeniero Hiroshi Ishiguro19 (en el camino me cruzo con un robot Gundam de veinte metros de altura). Ya en el Miraikan, espero mi turno, y meto la mano a través de la cúpula de acrílico para acariciar el peluche gris (ya un poco duro) de la foca robot terapéutica Paro20, que reacciona haciéndome una carita tierna. Estas creaciones me fascinan e incomodan en partes iguales, pero entiendo que para algunos el contacto con un robot pueda resultar más relajado y sin protocolos: “Allí donde un occidental se paraliza frente al humanoide, el japonés se desinhibe”21.

D.—Algunas de estas piezas me hacen acordar a los exvotos —digo sosteniendo otro objeto del mismo estante-biblioteca del pasillo.

T.—Estas piezas son de Saeko Takahashi22, una artista que debe tener mi edad. Son prendedores, se llaman Acchi Cocchi Bacchi. Acchi Cocchi significa “Aquí y allá”, y ella viaja por todo el mundo, pero sobre todo por Asia, Tailandia, Afganistán, Marruecos, India, y va comprando distintos materiales y luego trabaja las obras en Japón.

D.—¿Los usás?

T.—Yo no, pero Nat-chan sí.

En la misma biblioteca hay un sector de libros, y varios estantes de diarios color beige con kanjis en el lomo, numerados y ordenados, 104, 105, 106…

D.—¿Estos son tus diarios, no? ¿Cuántos tenés?

T.—Ciento cuarenta, más o menos, son cuadernos de Muji.

D.—¿Escribís todos los días?

T.—No todos los días, a veces no escribo nada por dos meses… escribo, hago dibujos.

D.—Me gustaría saber sobre el zine que hiciste: “Yasachi Tomodachi…”.— Leo con dificultad ese nombre en mis notas, pensando que tal vez es un nickname inventado de Tomoki.

T.—Ah sí, es el título de la publicación, significa “amigo amable”. Es sobre mis diarios, tiene algunos dibujos de unos quince diarios. Lo hizo una editorial, el dueño de una galería seleccionó los dibujos y yo puse el título.

Aparece también un libro blanco con dibujos y nos detenemos a verlo.

T.—Este es sobre Nat-chan —agachada en el piso del pasillo, Marisa va pasando las hojas del libro, mientras lo traduce al mismo tiempo para mí. Los personajes son Nat-chan y Tomoki, la cabeza es un círculo y el cuerpo una serie de palitos. Un personaje se va acercando al otro y empieza a repetir su nombre… “Nat-chan, Nat-chan, Nat-chaaaaaan”, hasta que la última letra de chan se mete en la cabeza-círculo del otro personaje.

T.—Antes de casarme solía estar bastante solo, pero la pareja cambió eso.

D.—Se casaron en 2014, ¿no?

T.—Sí, me sorprende que lo sepas.

D.—Lo que no sé es cómo se conocieron.

T.—En un evento, yo estaba haciendo retratos. Era un evento bastante grande, ponele que ocupaba un espacio tres veces más grande que esta habitación. Cuando ella entró a la sala, vi su perfil y sentí que quería casarme con ella. Fue amor a primera vista.

D.—Me lo imaginaba —nos reímos todos, pero Natsumi se ríe un poco más—. ¿Tenemos ese retrato que hiciste cuando se conocieron?

N.—Lo tengo, ¿puedo mostrarlo?

T.—Sí, pero van a ver que no se parece, ¡ja, ja!

Natsumi va a buscar a otra habitación dos dibujos de ese día y los trae. Marisa le hace unas fotos en el sillón mientras seguimos charlando. La voz de Natsumi casi no aparece en los audios, pero ella está presente en toda la entrevista con mucha atención. Se la ve asomada en las fotos, Tomoki le consulta muchas cosas, nos acerca libros, obras, nos ofrece un té, participa a su manera. Tiene una sonrisa cálida, y sus ojos también sonríen.

D.—Si te parece podemos sentarnos un rato, tengo algunas preguntas generales sobre coleccionismo para hacerte, y algunas más personales que tienen que ver con tu vida y tu obra. Por ejemplo: ¿cuándo arranca tu colección, más o menos?

T.—Bueno, no tengo una intención consciente de coleccionar.

D.—Sí, entiendo. Casi ninguno de los artistas que entrevisté se considera coleccionista.

T.—¡Ja, ja, ja! No me acuerdo cuál fue la primera obra, tal vez la de terracota sea la más antigua. Pero la primera que compré debe de haber sido hace diez años más o menos.

D.—¿Creés que las piezas de tu colección influyen en tu obra de alguna forma?

T.—Creo que no.

D.—Tal vez inconscientemente.

T.—Sí, eso puede ser. Cuando trabajo en mi obra trato de no pensar en nada, solo empiezo a dibujar, a escribir, pintar o lo que sea. Tengo en cuenta la relación con la galería o con quien me encarga la obra, eso me parece importante. Pero trato de tener la mente en blanco cuando trabajo y arrancar de cero. Que mi mano fluya, se expanda, que salga una forma agradable, tal vez vienen cosas del inconsciente. Un poco a la manera zen, y trato de no forzarlo. Esto es muy personal, pero me importa el lugar en donde voy a mostrar, el vínculo con el galerista. Si tengo un proyecto trabajo en él; si no, no trabajo. Digamos que no produzco obra si no tengo un deadline.

D.—Tratás de tener la mente vacía.

T.—Ni siquiera quiero pensar en eso, quiero que esté libre totalmente. A veces pienso cómo puedo liberarme de cualquier idea previa, eso es lo que busco con mi dibujo. En el colegio hacía muchos dibujos en clase, porque me aburría. Surgían de ese momento de aburrimiento. Y después la gente empezó a reconocer mi obra y eso me hace seguir trabajando. Tal vez algún día empiece a hacerlo por mi propia voluntad.

Entre pregunta y pregunta tomamos un té sentados en la mesa y comemos unas galletitas que compré el día anterior en la cadena de almacenes más antigua de Japón, Mitsukoshi. Cuando nombro la tienda hacen chistes entre ellos y se ríen. Entré por casualidad al edificio, siguiendo indicaciones de Google Maps, mientras buscaba un lugar para almorzar, que resultó estar en el noveno piso del gran edificio en Ginza. En Japón algunos negocios pueden tener cientos de años. El negocio familiar que da origen a la actual Mitsukoshi se fundó en 1673 y se dedicaba a la venta de kimonos puerta a puerta. Diez años después, establecieron una tienda cerca del puente Nihonbashi, zona comercial más importante en el período Edo (1603-1868). Unos siglos más tarde, el edificio actual tiene un subsuelo entero dedicado a la venta de tés, wagashi y otros dulces, para perderse durante horas.

D.—Compré estas galletitas porque las quería probar —digo mientras abro la caja, al tiempo que me doy cuenta de que no tienen nada de japonesas, salvo por el envoltorio individual—. También fuiste asistente de Kazuhiro Tanaka (1953 -)23, que es artista y arquitecto, ¿no?

T.—Tanaka es algo famoso, está en algunas colecciones en Europa y en otros países.

D.—¿Qué trabajo hacías para él?

T.—Lo asistía con sus obras, hacía sus personajes con arcilla.

D.—¿Influenció en algo tu obra?

T.—La verdad, nunca me lo pregunté. ¿Creés que otros artistas sí tienen alguna influencia de ese tipo?

D.—Sí, lo pregunto porque, en varias entrevistas hechas en la Argentina, los artistas hablan de ese tipo de vínculos con otros artistas o con otras obras. Influencia, inspiración, admiración. Laura Ojeda Bär24, por ejemplo, trabajó como asistente de otros artistas, y ella cuenta que ver la manera en que trabajan los demás la ayudó a pensar de otra forma. Ese ejercicio de ver cómo lo hacen otros puede ser interesante también.

T.—Creo que no me pasa eso. Al menos no tengo conciencia de haber sido influido por estos artistas para los que trabajé.

D.—Cambiando de tema, en tu blog hablás bastante de deportes y de fútbol ¿Tenés un equipo con otros artistas? —le pregunto mientras vemos una foto que publicó en Instagram.

T.—No, a la mayoría apenas los conozco, pero hay un artista en el grupo: Ryoji Arai (1956 -)25. Es ilustrador de libros para niños, muy famoso. Hace unos años ganó el premio Memorial Astrid Lindgren en Europa y recibió como veinte millones de yenes (115.000 dólares).

D.—¿Es este de pelo gris?

T.—Sí, se hizo muy famoso, le va muy bien.

D.—¿Y qué es Pepepe?

T.—La primera vez que usé Pepepe fue como título para mi blog, que tengo desde hace quince años. El kanji de mi nombre Tomoki Watanabe es muy cargado, tiene muchos trazos. No buscaba reemplazar mi nombre, sino que quería que fuera Pepepe de Tomoki Watanabe. Ahora me voy a poner un poco más profundo. Conservar mi nombre es una prueba de que yo acepto el apellido de mi padre, y tengo sentimientos encontrados con eso, en realidad no me gusta. Quiero seguir usándolo, pero también utilizo el nickname Pepepe.

D.—Pero no significa nada, ¿o sí?

T.—No, no, no significa nada. Creo que a casi todas tus preguntas podría responder: no —dice, y nos reímos todos en la mesa—. Me puse serio para explicar algo muy simple.

En medio de la charla veo otra obra, sentada sobre el borde de un mueble vajillero, que reconozco. Son unas piernas cruzadas, con pantalones de tela. Natsumi las toma y nos hace una demostración. Se coloca la obra sobre los ojos, inclinando la cabeza hacia atrás para sostenerla.

D.—Hablemos de esa obra, que me encanta.

A.—Ay, me da miedo.

T.—Eye pillow —dice Tomoki en inglés, y estallamos todos de risa y de ternura al mismo tiempo.

D.—¿Es una obra o de verdad es eye pillow?

T.—Es una obra de Mamiko Nakamura (1982 -)26, le parece gracioso que se pueda usar de esta forma también. Siendo una obra de arte, le parece divertido llamarla eye pillow.

D.—Se le pueden cambiar los pantalones, me muero.

T.—Hace un tiempo vino a cenar a casa. Es una buena amiga. Le encanta la serie Stranger Things y conversamos solo de eso.

D.—Vi que hace prendas también; algunas se pueden usar, como unos cuellos.

T.—Crea ropa principalmente, es modista.

Siguen llegando pequeñas obras de Mamiko a la mesa. Mientras conversamos, Natsumi las trae en silencio y las va dejando sobre la mesa.

D.—Me encanta esta historia. ¿La están pasando bien? Yo sí, pero avísenme cuando quieran que me vaya, ¡ja, ja!

T.—Sí, sí, ¡ja, ja, ja!

D.—Tal vez media hora más y nos vamos —le digo al traductor, con quien habíamos acordado una hora y media y ya vamos por dos.

Nos paramos para recorrer las otras habitaciones. En el mismo pasillo que ya transitamos, pero sobre la entrada a la habitación, hay un retrato, muy simple, de una mujer.

D.—Y este, ¿es un antiguo retrato que hiciste vos, no? ¿O no es tan antiguo?

T.—De hecho es un retrato de Nat-chan.

A.—Pero no se parecen.

T.—La retraté cuando estaba ocupada, y en ese momento se le había ido el alma —bromea.

Realmente hay obras en todos los rincones del departamento. Nos invitan a pasar a todos los cuartos de la casa, incluida su habitación. Sobre la mesa de luz hay una lámpara que nos llama la atención.

T.—La hizo una mujer japonesa, Wan-chan27, es una lámpara con base de madera y con una estampa sobre la tela, a ella le gustan mucho los perros (en el idioma japonés abundan las onomatopeyas, y el ladrido de los perros suena a wan wan wan). Originalmente hacía un trabajo artesanal con madera.

D.—¿Y esa gran tela que tienen sobre la cama?

Debate un poco con Natsumi antes de responder.

T.—Es de una tienda de segunda mano. No sabemos en realidad de dónde es, es de otro país. ¿Tal vez sea de México?

D.—Mm, no sé, parecen diseños precolombinos. Pero no sé. Y esa notita que está al lado, pegada con cinta a la pared, ¿qué dice?

T.—No Netflix, no Amazon Prime —estallan a carcajadas. Es un mensaje que escribí para ambos. Viene un poco del eslogan de Tower Records: No music, no life.

Al costado de la cama hay un póster y dos retratos más de Natsumi.

D.—¿Y este póster?

T.—Es de una película sobre un artista fallecido, Niko Pirosmani (1862-1918), de Georgia, que en ese momento pertenecía a la Unión Soviética. El artista Takehide Harada28, que es ilustrador, trabajó con la imagen del póster de la película. Harada trabajaba en la sala de cine Iwanami Hall29, que cerró hace poco; allí se difundía el cine georgiano y de todo el mundo.

En el riel de la cortina veo una obra muy pequeña de Hiroko Watanabe (1981 -)30, es una bolsita transparente que cuelga sobre la ventana, a la que le falta una pelota que tenía adentro. No saben dónde está. Tal vez se voló por el viento, porque estaba la ventana abierta. También tienen más obras de esta artista: un plumerito, una flor y un muñeco.

T.—Tengo bastante obra suya, ella tiene una galería en Yoyogi Uehara, que se llama April Shop, y hace exposiciones de artistas. Yo mostré una vez ahí, hace par de años. Ella le da mucha importancia a la instalación de las obras cuando hace las exposiciones.

Ya de regreso en el living, veo colgado, en la pared que da a la cocina, un pequeño calendario (que marca el 9 de septiembre), y arriba un reloj-pandereta, ambos hechos por Tomoki. Las dos cosas que no pueden faltar en una casa japonesa.

D.—¡Me lo imaginaba mucho más grande!, en mi cabeza era el doble por lo menos. ¿Ya están listos los del año próximo?

T.—Hoy lo terminé justo, porque mañana salgo a una residencia en la montaña por dos semanas.

D.—Necesitamos tenerlos. ¡Queremos comprar!

T.—No va a estar listo hasta noviembre, por lo menos.

D.—Veamos los originales.

Nos paramos y vamos a la habitación de al lado, separada por las habituales puertas corredizas japonesas, a ver los dibujos originales del calendario Pepepe 202331.

D.—¿Este es tu estudio? ¿Trabajás acá?

T.—Sí, aunque es más bien un garbage room ja ja —responde en inglés.

D.—Tiene una luz hermosa, a nosotros nos encanta el artist’s mess. Estos paneles corredizos, según estén abiertos o cerrados, modulan y transforman el espacio. Me encanta esta casa, llena de arte y de objetos.

T.—Cuando nos contactaste y vimos el Instagram de @coleccionesdeartistas todas las casas eran lindas…

N.—Nos dijimos, ¿y ahora qué hacemos? —bromean.

D.—Esta casa es hermosa, llena de detalles.

Sobre una mesa reposan los pliegos apenas terminados, divididos en grillas, con varios días del calendario en cada uno. Son dibujos hechos a mano, que pronto van a pasar a imprenta y saldrán a la venta a fin de año, como ocurre desde 2014.

D.—Contame un poco cómo lo hacés. ¿Hay un tema o una historia en el año? ¿Son diferentes historias?

T.—No hay una historia. Primero viene el texto o mensaje, después los dibujos.

Mientras Marisa me traduce algunos, me explica que cada día es una historia diferente. No hay una continuidad.

D.—¿Cómo te inspirás para escribir cada día?

T.—Se me van ocurriendo cosas en el día. Si tengo un deadline y me falta para terminar empiezo a hacer más cosas y salir a la calle, a tomar un café, por ejemplo. A veces en media hora se me ocurre una sola idea, y a veces aparece de la nada y la anoto en el celular.

D.—Las historias tienen bastante humor, ¿no?

T.—Sí. Lo hago de este tamaño porque me parece conveniente.

D.—Me encantan las cosas pequeñas, y veo que a vos también.

T.—Sí, sí. Después te mando uno.

D.—¿Y esa foto retrato de dónde es? —digo mientras señalo un retrato de Tomoki que cuelga en el dintel de la puerta.

T.—Es un traje tradicional de Tailandia. Algo que usan los turistas cuando van allá.

D.—Como cuando los turistas visitan Japón y se disfrazan con el kimono.

T.—Claro.

D.—Tai kimono.

A.—Interesante la expresión que tenés en la foto, es perfecta para ese traje.

Detrás de Tomoki cuelga otro tipo de calendario, uno de formato tradicional.

T.—Es un calendario que hacen en la escuela para la que trabajo desde 2015, con jóvenes que tienen algún tipo de discapacidad. Todos los años hacen este calendario con algunos dibujos.

D.—Ah sí, leí algo sobre eso.

Me hace acordar un poco a otra historia del libro Colecciones de Artistas, y le muestro las páginas de la artista Mariela Scafati32.

D.—Ella dio clases muchos años en una institución para pacientes con distintas patologías, enfermedades mentales, el Instituto Blanquerna. Y cuando el instituto cerró, ella guardó algunos dibujos de estos alumnos, incluso cuenta en la entrevista que la pintura de una de alumna le sirvió para pensar su propia obra. Trató de imitar la pintura, para entender cómo alguien llegaba a pintar de esa forma.

T.—Qué linda esa pintura. Nosotros somos dos maestros, Ritsuko Ozeki (1971 -)33 y yo —me cuenta mientras vemos los trabajos del calendario y nos dirigimos al baño a ver otra obra—. Este dibujo es de la otra profesora, una artista bastante famosa, que expone en Estados Unidos todos los años. Luego está este dibujo en rosa que es mío. Este es un edificio que está preparado para gente mayor, y acá hay un botón para pedir ayuda. Puse esta obra tapando ese botón.

D.—Me interesa saber algo sobre la exposición reciente que hiciste en Edane, en Osaka, este año, que se llamó Come on to my house.

T.—Eran sobre todo obras en tela, de Pe34. Es mi proyecto, pero Nat-chan me ayuda con los bordados, los hacemos acá.

D.—Pe —repito, practicando la pronunciación que usa Tomoki—. Vi otra exposición que me gustó que se llamó I kept calling your name en un espacio que se llama Bagel and Café Gallery, en la ciudad de Tottori. Me pregunto… ¿qué nombre?

Se ríe y dice bajito, susurrando: —Nat-chan.

D.—¿Es la misma historia del libro que vimos antes?

T.—Bueno, el concepto principal de toda mi obra es: querete a vos mismo, sé bueno con los demás; es una forma de contribuir con la sociedad, creo. Así que la respuesta es Nat-chan. Hay un texto en la muestra que acompaña a este título también —responde mientras busca un texto en el blog y lo traducen para mí:

“You / walking / on the opposite bank
I / just wanted to tell
The fun times / memories of the two of us
I still cherish it / that it’s here”.


D.—Es como un poema.

T.—Sí.

D.—Me encanta la cobertura que hacés de esta exposición en el blog. Las fotos con la gente y con las obras, toda esa comunidad que se mueve alrededor de ellas. Es lindo poder ver qué pasa con eso.

En una entrada del blog escribe: “Whether you use it or decorate it, it’s a luxury to be able to interfere with many people’s daily lives! This makes me happy”.

D.—Contame sobre la feria Mori Michi35, de la que participaste hace poco en Aichi. Leí que trabajaste ocho horas por día haciendo retratos y que se armaban filas de gente esperando el suyo.

N.—Es un evento bastante grande, con varios escenarios, puestos de comida, shops y puestos de artesanías, libros, arte, música en vivo. Se arman stands con gente que viene de todo el país.

T.—La mayoría son de comida, después hay mucha artesanía. Había también un sector de Taiwán en el evento.

D.—¿Cómo funciona lo de los retratos? ¿Se venden?

T.—Sí, cada uno posa cinco minutos y cuesta 1.000 yenes (8 dólares). Yo no les hablo, estoy muy serio cuando los retrato, los japoneses son muy tímidos. Si alguien trata de charlar, yo me pongo serio, porque hay gente esperando. Cuando tengo tiempo les hablo más, pero acá no se podía. Es muy popular el shop, hacen colas de una hora a veces. Entonces trato de no charlarles demasiado.

D.—¿Cuántos hiciste?

T.— Cien por día, durante dos o tres días.

D.—¿Cómo quedó tu mano?

T.— Broken —responde en inglés—, y no solo mi mano.

D.—¿Qué hiciste con el dinero?

T.—Pagué el alquiler ja ja.

D.—Y comprar arte. Tengo que hacerte esta pregunta antes de irme. ¿Por qué siempre te vestís de rosa?

T.—No lo pienso mucho. Uso lo mismo casi todos los días; por ejemplo, me pongo este pantalón unos 330 de los 365 días del año.

D.—¿Es como tu uniforme?

T.—Es que tengo solo esto, no lo pensé.

D.—I’m not buying it.

T.—Hablando de rosa, cuando voy a comprar chicles, por ejemplo, hay azules, verdes y rosas, y tal vez quiero de otro color, pero termino eligiendo siempre el rosa. Me gusta el rosa inconscientemente. Con la comida me pasa lo mismo, elijo las cosas que tienen rosa. En la secundaria usaba todo el día un momohiki color beige, aburrido, como de gente mayor. De lejos parecía desnudo. El lema de mi escuela era “Freedom”, podías teñirte el pelo, usar piercings. Algo inusual en Japón, porque no se vestía uniforme.

D.—Acá los uniformes parecen de otro siglo, con esos cuellos grandes, y gorros. Mami Goda, nuestra amiga en común, me contó que cuando se conocieron te ponías un buzo como pantalón.

T.—Ah sí, ¡ja, ja! es cierto, lo usaba con tiradores.

D.—Me parece que te importa cómo te vestís, tenés un sentido de la moda que es importante para vos. Por eso elegí esta obra de Ana Clara Soler36 como regalo, porque el protagonista es un hombre rosa.

T.—¡Es hermosa, me sorprende, gracias! Ahora estoy más tranquilo. En la secundaría tenía la intención de hacer algo que nadie hacía. Hace cinco años tuve una etapa de leopardo, por ejemplo. Hoy me vestí especialmente para vos.

D.—Estaba esperando que lo hicieras, gracias.

T.—De nada.

Nos ponemos de pie, listos para la despedida, cuando aparece la mamá de Tomoki desde el fondo del pasillo. Hace más de dos horas que estamos allí, recorriendo cada rincón, y nunca la vimos. Hacen algún chiste del tipo “la teníamos encerrada” mientras conversamos un rato más parados alrededor de la mesa. Me llama la atención que la gente mayor se siente muy cómoda charlando conmigo, aunque claramente no hablamos el mismo idioma, y en cambio los jóvenes se tapan la boca en señal de pudor antes de emitir cualquier palabra en inglés.

Para no incomodar, le pregunto al traductor cómo se saludan habitualmente en Japón, si es mejor dar la mano, o un abrazo (beso me doy cuenta de que no). Me dice que con el “corona” es mejor no tocarse mucho. Tomoki se me adelanta y me ofrece la mano, y después me da un abrazo con un gesto de “esta todo bien”. Ya en el pasillo, camino a la puerta, me animo a hacer un chiste y digo: “Ahora tu mamá ya puede ir al baño”, y nos despedimos entre risas.

Entrevista: Daniela Varone
Fotografías: Marisa Shimamoto



NOTAS AL PIE

1 Website de Tomoki: https://suetomii.wixsite.com/tomoki y su blog: https://ameblo.jp/suetomi1980/entry-10428550119.html?frm=theme
2 Tenugui: rectángulo de tela estampado. Sus orígenes se remontan a la era Heian, 794 a 1192 d.C. Con usos ilimitados, el tenugui se convirtió en una necesidad. Como los kendokas modernos, los samuráis los utilizaban bajo los cascos para proteger la frente del sudor y, gracias a la ausencia de costura en los bordes, también podían rasgarlos con facilidad en caso de querer utilizarlos como vendaje. Esa característica de bordes sin costura permite un escurrido fácil y secado rápido, de allí su uso en los baños onsen. A medida que el tenugui fue aumentando en popularidad, entró en la escena comercial y se convirtió en un producto promocional. Las empresas, los actores de kabuki y los atletas de sumo venden o regalan tenugui adornados con sus nombres, imágenes o logotipos. Las familias adquieren tenugui con sus kamon o escudos familiares.
3Marisa Shimamoto: https://www.marisashimamoto.com/
4Koji Kumagai: https://panorama-index.jp/kumagai_yukiharu/
5Ko Soda: www.sodako.com
6Amigo Koike: http://en.tis-home.com/amigos-koike/
7Furuya Usamaru estudió escultura en la escuela de arte y se involucró también con la danza butoh. Durante un tiempo trabajó como profesor de arte en la escuela secundaria, en donde conoció a Tomoki. Hizo su debut como dibujante de manga con la innovadora tira Palepoli, que se serializó en la legendaria revista de cómics de vanguardia Garo, en 1994. Desde entonces, ha publicado en las principales revistas semanales de Japón.
8Astro Boy (publicada entre 1952 y 1968 y adaptada a serie de televisión en 1963) es una serie de manga escrita e ilustrada por Osamu Tezuka (www.tezukaosamu.net). Según la historia ambientada en 2003, el poderoso androide fue creado por el doctor Tenma, jefe del Ministerio de Ciencia, para reemplazar a su hijo Tobio (Atom en japonés), quien falleció en un accidente automovilístico. Tenma incorporó en Astro las memorias de Tobio y empezó a tratarlo como si fuera su hijo. Me voy un poco de tema, pero Japón tiene un largo y estrecho vínculo con los robots, que va de los títeres mecánicos karakuri ningyo a los geminoides actuales de Hiroshi Ishiguro (el suyo y el de su hija de cinco años). En línea con el vínculo entre el doctor Tenma y Astro, los modelos más antiguos de los perritos-robots Aibo, de Sony, que ya no pueden repararse, reciben, al igual que los vivos, los rituales funerarios en el templo budista Kofuku-ji, acompañados de cartas de despedida de sus cuidadores. Para el sintoísmo animista, todas las cosas tienen su energía, o lo que nosotros llamamos alma. Ver: https://www.abc.es/tecnologia/abci-japon-celebra-entierros-budistas-para-perros-robot-201805031805_noticia.html
9Meriyasu Kataoka: @kataokameriyasu y ver: https://www.japantrends.com/stuffed-animals-designer-makeover-meriyasu-kataoka-fashion-show/
10 Entrevista a Meriyasu Kataoka: https://tokion.jp/en/2022/02/03/a-stuffed-toy-artist-meriyasu-kataoka/
11Las muñecas kokeshi son originarias de la fría región de Tōhoku, zona de arroceros y trabajadores de la madera. Con los sobrantes de madera los lugareños empezaron a realizar estas muñecas para los más chicos. Tōhoku es también una zona montañosa repleta de aguas termales (onsen) y pronto se transformó en un destino al que visitar y activó la economía del lugar. Las muñecas kokeshi se convirtieron en un souvenir que los visitantes se llevaban a sus casas después de la visita a las aguas termales. Se consideran objetos relacionados con la buena fortuna y el favor de los dioses, y actualmente se producen en distintas zonas del país, y en algunos casos a través de distintas generaciones de artesanos.
12Kuu Kuu Minami: www.kuu-kuu.com
13 El crisantemo y la espada. Ruth Benedict, Antropología Alianza Editorial, 2010. El libro fue publicado originalmente en 1946.
14Izumi Suzuki: https://kokeshka.theshop.jp/items/29431119
15 El movimiento Mingei surge en Japón en la década de 1920, fundado por el escritor y filósofo japonés Soetsu Yanagi (1889-1961) en colaboración con los ceramistas Shoji Hamada (1894–1978) y Kanjiro Kawai (1890–1966). Busca la valorización de los productos creados por grupos de artesanos anónimos, como respuesta a la industrialización de la sociedad japonesa debido a la influencia occidental y como reflexión sobre el papel de las tradiciones artísticas japonesas en un mundo en vías de modernización. Fue inspirado por el movimiento inglés Arts & Crafts. Ver: https://mingeikan.or.jp/?lang=en
16Japanese dolls. The fascinating world of ningyō. Alan Scott Pate.
17Karakuri ningyō: https://conoce-japon.com/cultura-2/karakuri-ningyo-los-automatas-japoneses/
18Museo Miraikan: https://www.miraikan.jst.go.jp/en/
19Hiroshi Ishiguro (1963 -) es director del Laboratorio de Robótica Inteligente, parte del Departamento de Innovación de Sistemas de la Escuela de Graduados en Ciencias de la Ingeniería de la Universidad de Osaka, Japón.
20Foca robot Paro: https://youtu.be/oJq5PQZHU-I
21Japón desde una cápsula. Robótica, virtualidad y sexualidad. Julián Varsavsky. Adriana Hidalgo editora, 2019.
22Saeko Takahashi: http://www.saekotakahashi.com/ @bacchiworks_saeko
23Kazuhiro Tanaka: https://www.artsper.com/hk/contemporary-artists/japan/5415/kazuhiko-tanaka
24Laura Ojeda Bär: https://cargocollective.com/laura-o
25Ryoji Arai: www.ryoji-arai.com
26Mamiko Nakamura: @banryoku_mamiko.n
27Wan: @wanwanwonderland
28Takehide Harada: https://www.japantimes.co.jp/culture/2017/05/04/films/approaches-50-iwanami-hall-remains-vital-cinema-lovers/
29Cine Iwanami Hall: https://jff.jpf.go.jp/read/news/iwanami-hall/
30Hiroko Watanabe: @hirocoro43 / http://hiroko-watanabe.com/
31En esta entrada del blog podemos ver el proceso de producción del calendario de Tomoki en la ciudad de Kanazawa. https://ameblo.jp/suetomi1980/entry-12771292427.html
32Mariela Scafati: @scafatiscafati
33Ritsuko Ozeki: @littleko316 / https://www.ritsukoozeki.com/
34@pe_isgood. En la descripción de la cuenta dice: Hand embroidery works of illustration by Tomoki Watanabe.
35 Feria Mori Michi: www.morimichiichiba.jp
36 Ana Clara Soler www.anaclarasoler.com.ar